lunes, 29 de diciembre de 2008

TERCERA TUTORÍA ECTS

Ana Mayoral
Irene Serrano
Rita Prieto
Celia Muñoz
Daniel Redondo


Restaurante “Amalgama de Sabores”

A simple vista todo parecía correcto, en su sitio. No encontré nada que llamase la atención, ni para bien ni para mal; lo cierto es que el lugar carecía de total personalidad. Pensé que, a no ser que la comida fuera todo lo contrario al lugar, iba a pasar una velada bastante aburrida.
Me senté y para empezar pedí como entrante una tabla de quesos variados: queso murciano al vino, Reggianito, Roquefort, Brie... Y para beber una copa de vino.
Los quesos no eran de gran calidad porque ninguno de ellos sabía como debía: el queso murciano normalmente suave, estaba salado; el queso Roquefort estaba tan fuerte que amargaba y me atrevo a decir que el Brie estaba rancio.

De primer plato me ofrecieron para degustar, una sopa de mariscos que, a mi parecer, tenía un toque demasiado agrio. En segundo lugar me recomendaron un consomé, como especialidad de la casa, el cual no me agradó especialmente debido a su extrema agridez. Seguidamente, el camarero me ofreció un gazpacho casero que se encontraba en su punto, tenía un sabor agrio, pero en su justa medida. Finalmente, fui obsequiado con unos calamares riogados con un toque de limón, los cuales recomendaría, ya que, debido a su aliño y a su condimento me resultaron exquisitos.

Para la “pieza del chef” escogí un menú un tanto oriental para degustar esa amalgama de sabores que confieren dichas comidas.
El segundo plato consistía en un filete de buey pimentado con aliño alimonado acompañado de tropezones de malvas silvestres con salsa agridulce. La mezcla resultó ser explosiva, me disgustó lo agrio que estaba el pollo que se combinaba con los tropezones y el filete aunque me pareció jugoso; lo inconmensurablemente salado que estaba realmente, desmereció el plato. La salsa estaba realmente sosa. Desde luego esto bajaría cuantiosamente mi opinión acerca de este plato considerado pieza fundamental en cualquier comida. La ensalada contenía apio, lo cual ayudaba a contener el sabor, dándole un toque dulce casi azucarado, la lechuga era un tanto insípida ya que no tenia pinta de ser de buena calidad provocando gran acidez en mi estomago. Los tomatitos cherry venían crudos y resultaron ser aparte de indigestos realmente agraces.
De lo que me pude quejar realmente fue del sabor rancio del pan que debía de ser de antigua factura.
Como acompañamiento el plato tenia una porción de queso de Afuega'l pitu, que resulto presentar el típico sabor ligeramente ácido, poco salado, cremoso y bastante seco, que se acentuaba en ciertas partes convirtiéndolo en fuerte y picante. Resultó ser un perfecto acompañamiento al plato anteriormente mencionado.
Acompañado de un vino tinto “Viña de Malpica” de 1992 que tenía una primera bocanada de sabor afrutado pero que enseguida el tono aromático de las distintas variedades de uva presente como Shiraz, Merlot y Mencía me agradaron. Resulto ser un vino amable en boca, de refrescante acidez y viva sensación tánica. La ensalada elaborada con champiñones y sazonada con aceite de almendras con grandes cantidades de queso parmesano presentaba un sabor un tanto extraño al paladar pero adictivo, quizás sea el quinto sabor del que hablan los expertos, el no tan famoso Umami.
Realmente muy organoléptico todo lo que pude degustar de momento.

Llegó la hora del postre. Primero me sirvieron unas trufas. Aparentemente, eran unas trufas normales, pero al meterme una en la boca y morderla una explosión de sabor extremadamente dulce pero no empalagosa proveniente de un chocolate líquido que la trufa guardaba en su interior inundó mi boca y pensé: sí señor, un placer para el paladar.
A continuación, me ofrecieron un trocito de tarta de caramelo y nata con un toque de menta que presentaba una pinta deliciosa. Sin embargo, al probarlo un sabor dulzón eliminó todos los sabores que yo esperaba encontrar. Demasiado acaramelado, pensé.
Por último, me trajeron un bizcochito de chocolate y naranja con sirope de fresa y frutos secos caramelizados. Pensé que el sabor me decepcionaría otra vez por su extremada dulzura, pero, al saborearlo una sensual mezcla de sabores llamó mi atención. El sabor anaranjado junto con un toque mas amargo del chocolate negro, el detalle del agradable sabor de la fresa y el dulzor del caramelo de los frutos secos, además de la textura crujiente de éstos que se mezclaba con la esponjosidad del bizcocho.
Era el mejor postre que había probado en mucho tiempo.




Guzmán de Alfarache. Segunda parteMateo Alemán
Libro III
Capítulo IV

Fuentes:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/39259403134670736371157/p0000004.htm#I_36_

“-¡Oh qué buena razón! -le dije-. ¿Luego, porque la casa se venda, viene a ser la veintena del contrato la pena? Y si lo es, ¿por qué me atas las manos y prohíbes que no las pueda vender a tales y tales personas? Tú mismo con lo que dices dañas el contrato. Abres puerta para que siempre te paguen, vendes la cosa por lo que vale y quieres tener indios que te den el sudor de su rostro y trabajen para ti, no por otra cosa que haber mejorado tu fundo y, asegurándote más el censo, hacen de mejor condición tu hacienda con menoscabo y pérdida de la suya, y quieres por ello llevarles de veinte uno. Aun, si lo hicieran con mala fe, pudieras pretender tu derecho; empero de aquella posesión, de que ya quedaste ajeno y me constituiste dueño en tu lugar; de lo que yo pude, conforme a mi eleción, quitar y poner, ¡que aun haya de pagarte pinsión de mi gusto! De las estatuas, de las pirámidas, de las fuentes, de cuyos condutos y aguas yo siempre soy señor y lo puedo volver a enajenar todo, sin que tengas en ello parte, quieres que se te adjudique, porque dices que sigue a el todo. De todo punto no lo entiendo ni creo poderse llevar en justicia, en cuanto por los que saben y pueden determinarlo no saliere determinado.
Paguéle, aunque no quise, dejando hecho aquel protesto. Comencé a seguir mi pleito. Llegábase ya el tiempo de mi curso. Dejélo por acudir a lo que más me importaba y, dando cuidado a un amigo solicitador y a mi suegro, dejé con otros cuidados éste. Recogí mi dinero, púselo en un cambio donde me rendía una moderada ganancia. Iba gastando de todo ello lo que había menester. Hice manteo y sotana. Junté mi ajuar para una celda y fueme de allí a Alcalá de Henares, que muchas veces lo había deseado.
Cuando allá me vi, quedé perplejo en lo que había de hacer, no sabiéndome determinar por entonces a cuál me sería mejor y más provechoso, ser camarista o entrar en pupilaje. Ya yo sabía qué cosa era tener casa y gobernarla, de ser señor en ella, de conservar mi gusto, de gozar mi libertad. Hacíaseme trabajoso, si me quisiese sujetar a la limitada y sutil ración de un señor maestro de pupilos, que había de mandar en casa, sentarse a cabecera de mesa, repartir la vianda para hacer porciones en los platos con aquellos dedazos y uñas corvas de largas como de un avestruz, sacando la carne a hebras, estendiendo la mienestra de hojas de lechugas, rebanando el pan por evitar desperdicios, dándonoslo duro, por que comiésemos menos, haciendo la olla con tanto gordo de tocino, que sólo tenía el nombre, y así daban un brodio más claro que la luz, o tanto, que fácilmente se pudiera conocer un pequeño piojo en el suelo de la escudilla, que tal cual se había de migar o empedrar, sacándolo a pisón. Y desta manera se habían de continuar cincuenta y cuatro ollas al mes, porque teníamos el sábado mondongo. Si es tiempo de fruta, cuatro cerezas o guindas, dos o tres ciruelas o albarcoques, media libra o una de higos, conforme a los que había de mesa; empero tan limitado, que no habla hombre tan diestro que pudiese hacer segundo envite. Las uvas partidas a gajos, como las merienditas de los niños, y todas en un plato pequeño, donde quien mejor libraba, sacaba seis. Y esto que digo, no entendáis que lo dan todo cada día, sino de solo un género, que, cuando daban higos, no daban uvas, y, cuando guindas, no albarcoques. Decía el pupilero que daba la fruta tercianas y que por nuestra salud lo hacía. En tiempo de invierno sacaban en un plato algunas pocas de pasas, como si las quisieran sacar a enjugar, estendidas por todo él. Daba para postre una tajadita de queso, que más parecía viruta o cepilladura de carpintero, según salía delgada, porque no entorpeciese los ingenios. Tan llena de ojos y trasparente, que juzgara quien la viera ser pedazo de tela de entresijo flaco. Medio pepino, una sutil tajadica de melón pequeño y no mayor que la cabeza. Pues ya, si es día de pescado, aquel potaje de lantejas, como las de Isopo, y, si de garbanzos, yo aseguro no haber buzo tan diestro, que sacase uno de cuatro zabullidas. Y un caldo proprio para teñir tocas. De castañas lo solían dar un día de antipodio en la cuaresma. No con mucha miel, porque las castañas de suyo son dulces y daban pocas dellas, que son madera. Pues qué diré del pescado, aquel pulpo y bello puerro, aquella belleza de sardinas arencadas, que nos dejaban arrancadas las entrañas, una para cada uno y con cabeza, si era día de ayuno, porque los otros días cabíamos a media. ¡Pues el otro pescado, que el abad dejó y nos lo daban a nosotros! Aquel par de güevos estrellados, como los de la venta o poco menos, porque se compraban en junto, para gozar del barato, y conservábanlos entre ceniza o sal, porque no se dañasen y así se guardaban seis y siete meses. Aquel echar la bendición a la mesa y, antes de haber acabado con ella, ser necesario dar gracias. De tal manera que, habiendo comenzado a comer en cierto pupilaje, uno de los estudiantes, que sentía mucho calor y había venido tarde, comenzóse a desbrochar el vestido y, cuando quiso comenzar a comer, oyó que ya daban gracias y, dando en la mesa una palmada, dijo: «Silencio, señores, que yo no sé de qué tengo de dar gracias, o denlas ellos.» La ensalada de la noche muy menuda y bien mezclada con harta verdura, porque no se perdía hoja de rábano ni de cebolla que no se aprovechase; poco aceite y el vinagre aguado; lechugas partidas o zanahorias picadas con su buen orégano. Solían entremeter algunas veces y siempre por el verano un guisadito de carnero; compraban de los huesos que sobraban a los pasteleros: costaban poco y abultaban mucho. Ya que no teníamos qué roer, no faltaba en qué chupar. Al sabor del caldo nos comíamos el pan. Unas aceitunicas acebuchales, porque se comiesen pocas. Un vino de la Pasión, de dos orejas, que nos dejaba el gusto peor que de cerveza."

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